
Explorando las emociones: una mirada al proyecto de intervención
Durante las últimas semanas he tenido la oportunidad de llevar a cabo un proyecto de intervención psicopedagógica centrado en la educación emocional de un alumno con dificultades para reconocer y gestionar sus emociones. Aunque ya he comentado anteriormente los detalles específicos de cada sesión, en esta entrada quiero detenerme en una visión más global de todo el proceso.
El proyecto ha constado de cuatro sesiones principales: la primera con el juego del UNO como herramienta de detección y expresión emocional inicial, la segunda con el “Mapa del Tesoro” para trabajar emociones positivas, la tercera con la “Caja de emergencias emocionales” para tratar emociones negativas, y una última sesión de evaluación para recoger la valoración del alumno. Estas dinámicas, aunque sencillas en apariencia, han permitido generar un espacio de confianza y reflexión emocional que el alumno no había experimentado anteriormente en el centro.
Desde un punto de vista general, la experiencia ha sido muy enriquecedora tanto para el alumno como para mí como futuro profesional. Uno de los aspectos más positivos ha sido la implicación progresiva del alumno, que ha pasado de mostrarse reticente a participar, a hacerlo con motivación y conciencia emocional creciente. Las actividades han servido como excusa lúdica para trabajar aspectos profundos, y han permitido detectar con claridad aquellas emociones que más afectan a su rendimiento académico y social, como la rabia o la frustración.
En cuanto a los aspectos más mejorables, he podido observar que, en ocasiones, el alumno se ha centrado más en la mecánica de la actividad que en el objetivo emocional de la misma, como ocurrió con el juego del UNO. Además, la limitación de tiempo y el espacio del centro ha supuesto un reto para adaptar las actividades con la profundidad deseada. Aun así, la colaboración con la tutora de prácticas ha sido clave para ajustar cada sesión, permitiendo que la intervención fuese lo más individualizada y significativa posible.
El proyecto me ha reafirmado en la importancia de trabajar la educación emocional desde edades tempranas y de forma continuada. No basta con acciones puntuales o talleres aislados: es necesario incorporar la educación emocional en la vida escolar diaria, de forma transversal y coherente con los valores del centro. En un futuro, sería ideal poder implementar proyectos más amplios, que incluyan a varios alumnos o incluso a todo un grupo, y que se sostengan en el tiempo con apoyo del equipo profesional y las familias.
Además, desde la perspectiva psicopedagógica, queda claro que este tipo de intervenciones son una oportunidad para prevenir dificultades conductuales, mejorar el clima escolar y fomentar una convivencia positiva. Apostar por la educación emocional no es solo trabajar con las emociones: es trabajar por el bienestar integral del alumnado. Este proyecto ha sido solo una semilla, pero ha mostrado que, con sensibilidad, planificación y compromiso, es posible acompañar a los alumnos en el descubrimiento de su mundo emocional.
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